domingo, 24 de marzo de 2013

La lágrima que inunda la pradera - Héctor Ranea



—¡Mamá, mamá! —grito Mireya, mientras corría hacia mamá—. ¡Nos atacan las sirenas, las sirenas!
Mamá la miraba atónita como si nunca antes la hubiera visto así alterada. Sus senos se habían petrificado ante los gritos de Mireya. Estaba más preocupada por esa niñez tormentosa poblando su mente de pesadillas, que por esos gritos de terror. Mireya apenas se movía mientras corría hacia mamá, como si su silueta transparente se desplazara por un escenario resbaloso, húmedo.
Tía Águeda miraba a mamá preocupada, se veía que no aprobaba estas visiones aunque difícil que supiera cómo hacer para evitarlas. Las sirenas habían sido la obsesión de mi hermana y sin dudas no podría ocultar el terror que le producía ver la lápida de su tumba sumergida en el salitre, rezumando un vino ominoso y segregar venenos malolientes, mientras en el nombre en relieve de mi hermana un alga eterna no lograba fenecer.


Acerca del autor:  Héctor Ranea Sandoval

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