miércoles, 4 de mayo de 2011

Estrecheces - Javier López


La situación era realmente embarazosa para el mayordomo. Con más de veinte años de servicio en la mansión, sabía de la existencia de un buen puñado de monedas antiguas, olvidadas en el fondo de aquella vasija. Las circunstancias familiares por las que atravesaba le llevaron a pensar en algo que no habría hecho en condiciones normales.
Desgraciadamente, la embocadura del carísimo jarrón Xin no era lo suficientemente ancha para que su brazo llegara hasta el fondo.
Cuando la señora Rochester entró al salón, y vio al mayordomo con el miembro atrapado, enseguida lo apaciguó:
—Tranquilo, James. De inmediato llamo al doctor Kingsley.
—Gracias, señora —contestó el avergonzado sirviente.
Poco después el doctor Kingsley salía con su trabajo resuelto.
—Señora, no esperaba ese trato de su parte —balbuceó el mayordomo.
—No se preocupe, James. Podrá usted seguir trabajando en esta casa. Se trataba tan solo de su brazo izquierdo.

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