lunes, 30 de mayo de 2011
Viento del norte - Daniel Fernández
Maldito seas por siempre viento del norte, acaricias el casco de mi barco y lo diriges sin remedio a un naufragio casi seguro. Agitas las bravas aguas del océano y le susurras mentiras al oído para ponerlo en nuestra contra. Encima, cobarde, no te muestras y apareces de repente, y sin dar tregua ni a mis hombres ni a mi, nos pones en manos de la muerte que acecha nuestros pasos. Por eso llamo Calm og livet a mi drakkar, porque la calma lucha contra tus tempestades y contra la muerte la vida.
Evanescencia - Lucio Maggi
Soñé un cuento. Uno bueno, eh. Me levanté pensando en anotar dos o tres cosas en mi "libreta de tramas".
—Primero, mejor me ducho —me dije.
Tomé café y le hice un par de mates a mi amor. Me vestí y me fuí al yugo.
—Un frío del orto. Y el 97 puto que no viene.
Vino, al final. Un rato después, estaba dale que te pego.
Mi cuento perfecto, bien gracias: tan bien lo arropó la rutina.
Eco - Nicolás Ferraiolo
Luego de matarlo, descubrió que por fin la casa estaba sola. Podía hacerlo: cerró los puños y empezó a gritar, enervada por la ira. De repente abrió los párpados en pánico y oyó algo lejano; era extraño, pero el sonido de su grito estaba disminuyendo sin que lo decidiera. Casi le estallan las venas por intentar retenerlo, sin embargo su alarido finalmente desapareció, aunque la intención de gritar, igual de intensa que inaudible, no había cesado. Así lo supo con terror: alguien, dentro de ella, que ya no era ella, seguiría gritando. El recuerdo de la tragedia también la abandonó.
Quizás lo sucedido en esa habitación sólo le dejó cierta sensación de ahogo inexplicable. Es posible que ese ahogo sea el que siento ahora. Es probable que aquel ahogo deba soltarlo de otra forma. Ya no es impropio, sí aterrador: ese grito existió, existe, es éste.
Nicolás Ferraiolo
Cosas de niños - Samanta Ortega
El elfo que se convirtió en dios - Claudio Leonel Siadore Gut
Logró tomar el plano astral montado en su araña. El elfo paciente hilvanó una red esférica e indestructible con los hilos de plata de toda la humanidad, tañó su laúd dulcemente ... y las cuerdas del mundo vibraron a la vez desde el centro de todas las cosas. Los ríos crecieron, los pantanos se poblaron de fuegos feéricos, y las hiedras clamaron su trono sobre los rascacielos. Poco a poco animales y plantas tuvieron voz y las piedras despertaron de sus sueños funerarios, algunas volvieron a ser dragones.
Y los hombres… los pequeños hombres durmieron plácidamente hasta secarse como sapos, y no hubo príncipe azul que los pudiera liberar.
Luego la araña desobedeció, pero eso es otro cuento.
El paraje - Jorge Sánchez Quintero
Existe una leyenda en la que se cuenta que en una región del norte, existe un paraje en el cuál, se dice que cualquier objeto y todo lo que tenga que ver con él, que sea enterrado ahí, se borrará de la memoria de su antiguo poseedor.
Así, muchos han sepultado cosas que les traen malos recuerdos, malos ratos, objetos que les revelan infidelidades, objetos comprometedores que los incriminan.
Una vez que las cosas han sido enterradas y uno se aleja del paraje, olvidará también que se haya encontrado en ese lugar.
Sé que la leyenda es cierta, pues esta mañana encontré en el cuarto de los trebejos mi pala, aunque no recuerdo haberla utilizado, tiene fragmentos de cieno y tierra fresca que demuestran que fue empleada recientemente.
sábado, 28 de mayo de 2011
Predicciones erróneas – Javier López & Sergio Gaut vel Hartman
Raffaele Bendandi, un geólogo de principios del siglo XX, predijo que el 11 de mayo de 2011 se produciría un cataclismo en Roma, la ciudad eterna. Aunque eminentes geólogos contemporáneos de esa fecha consultados sobre el tema negaron la veracidad de la profecía, y desde luego mucho más la posibilidad de que se pudiera hacer una predicción acerca de placas tectónicas a tan largo plazo, la noticia corrió por Internet y miles de romanos huyeron atemorizados de la ciudad, dejando sus puestos de trabajo y refugiándose en los más diversos sitios. Son esos y no otros los que fundaron Nueva Roma a unos diez kilómetros al norte de las ruinas.
El experimento - Carla Dulfano
Trabajaba en un laboratorio. Experimentábamos con un nuevo químico llamado “Anti-Timidex”, que bloquearía algunos neurotransmisores causantes del miedo, la culpa y la baja autoestima, situados en el hemisferio cerebral derecho.
Dora, la recepcionista, se ofreció como voluntaria y le pedí que tomara una pequeña dosis del frasco.
Ella desató su cabello y arrojó los anteojos por una ventana, besó salvajemente a un operario y a todo el personal masculino del octavo piso. No pudo con los del séptimo porque se descompuso el ascensor.
Después entró a la oficina del gerente Swam sin que pudiéramos frenarla, y le dijo:
-Usted es un orangután.
Para entonces ya habían pasado los veinte minutos del efecto de la droga. Dora recobró de pronto su timidez habitual. Se ruborizó y se retiró con su paso cansino de siempre.
Volví a mi despacho y descubrí que el frasco estaba lleno. Dora no lo había tomado...
Una vez al año - David Moreno
Tomado de No Comments
David Moreno
Ya era hora - Fernando Puga
Te asomás al balcón. El bullicio no te impide descubrirla entre la multitud en el preciso momento en que sube al taxi con su bolso de mano. —¡Alicia!— gritás, pero no se da vuelta. No oye o no quiere oír; últimamente parece distraída.
Cabizbajo, volvés sobre tus pasos. Al alzar la vista, descubrís la nota sobre la mesa de la cocina. “Querido mío: Me voy; vendí la casa. Mañana vienen los muchachos de la mudanza. Por favor no los espantes. Ni a ellos ni a los nuevos dueños; son buena gente. Y no me sigas. Tengo que aprender a vivir sola. Con amor, Lucía”.
Estás dispuesto a cumplir sus deseos; como siempre. Tu traslúcida silueta empieza a esfumarse definitivamente a medida que comprendés lo que eso significa.
No ha lugar - Lilian Elphick
No era el chas chas de la escoba ni los tacones apurados de la mujer chillona. Era un sonido suave, encantador. Salí del cubil y me asomé con precaución. Ahí estaba el hombre soplando su palo con agujeros. Cerré los ojos. Soñé con avena, trigo; quise estar nuevamente en el campo. Todos los que estaban conmigo lo siguieron. Yo no me atreví. Siempre fui un cobarde. Después, supe que los llevó al río y que murieron ahogados. Días más tarde, la mujer lloraba. No barría, sólo rogaba que el hombre le devolviera a sus hijos.
Le hago compañía. Ella me agradece con trocitos de queso.
A veces, miramos juntos la puesta de sol en este pueblo de fantasmas.
martes, 24 de mayo de 2011
La ventana indiscreta - Anna Rossell Ibern
Anna Rosell
El jugador - Jorge de Abreu
Agitó el cubilete, quizás con excesiva energía, estaba nervioso pues hacía mucho tiempo que no jugaba. Los dados resonaron, sólidos, en el interior. Se había hecho la promesa de no volver a jugar. La apuesta anterior fue muy alta, su inversión cuantiosa y el fracaso todavía le resultaba insoportable. Había perdido toda su creación y el recuerdo no le daba paz. Sin embargo, era un jugador compulsivo y la tentación era superior a sus fuerzas, soltó los dados. Estos rebotaron improbables en la nueva nada universal y luego de un tiempo inconmensurable se detuvieron hastiados de deslizarse en ese mundo sin roce.
¡Siete!, marcaron inflexibles, casi simétricos, un tres y un cuatro. El supremo creador sonrió. Un reto mayor que el anterior: sólo siete días, ahora lo haría mejor.
K, el mar y los sueños II - Jesús Ademir Morales Rojas
Jesús Ademir Morales Rojas
En el aire — Ricardo Giorno
Soñé que estaba entero, en la cama, y tu culo se pegaba a mi cadera, y yo estaba boca arriba con las manos bajo la cabeza Y fantaseaba despierto que teníamos un camino áspero, empinado y lo íbamos a seguir juntos, y tu culo transpiraba y mi cadera gemía, y yo bajaba los brazos y me acariciaba esperando el momento para despertarte, y te despertaba, y te dabas vuelta y me ofrecías la boca amarrándola a la mía
Entonces, bajando por el vacío, sucumbí.
Apocalipsis - Sebastián Chilano
Microrrelato Express 63 – Eduardo Cruz Acillona
A la espera de un juicio que nunca se celebraría, aquel pobre espermatozoide murió.
Tomado de: http://masclaroagua.blogspot.com/
domingo, 22 de mayo de 2011
El fraude - Raúl Sánchez Quiles
Vivo acostado en una especie de estudio minúsculo. Apenas puedo incorporarme unos 30 grados. Mis pies y mi cabeza gozan de una autonomía reducida: 10 centímetros por abajo y 10 centímetros por arriba. No tengo baño ni cocina. Ni siquiera una mísera barra americana sin mujeres. Mi vivienda se limita a un rectángulo hecho casi a la medida. Eso sí, es mullido, cálido y tranquilo, extremadamente tranquilo. No tengo ni una queja de los vecinos. Lamento que esté mal iluminado y que su ventilación sea prácticamente nula. Es todo interior. No hay teléfono, electrodomésticos, enchufes o tomas para la antena de televisión. Carezco de armarios y, según mis cálculos, esta vivienda no supera el metro cuadrado. Llevo casi siete meses sin pagar hipoteca ni agua ni luz ni basura ni contribución urbana... Cada día estoy más convencido de que me han vendido un nicho.
Tomado de Hiperbreves, S.A.
Lapidario – Sergio Gaut vel Hartman
—¿Lo conozco de algún lado? —dijo mi imagen mientras me afeitaba—. Me parece que sí, lo recuerdo perfectamente.
—No lo creo —respondí.
—Entonces asesiné a su hermano mellizo.
—En ese caso —refuté— debería llamarlo suicidio.
—Está loco, desvaría. Lo asesiné, le digo.
—Si yo estoy loco el agujero en su pecho es producto de mi imaginación. —Mi reflejo metió un dedo en el hoyo y lo sacó limpio.
—¿Ve? —se rió—. No hay tal suicidio.
—¡Le digo que sí! —exclamé, airado y caí redondamente muerto.
Acerca de Sergio Gaut vel Hartman
El pedido – Carla Dulfano
—Por favor, Dios, condensá en un solo muchacho las virtudes de todos los hombres —le pedí.
—¿Y con los defectos qué hago?
—Cargáselos a otro.
—Pobre muchacho, sería injusto…
—Después se lo compensás de alguna manera.
Dios concedió mi deseo: creó un hombre con todas las virtudes del mundo y otro con todos los defectos.
Inesperadamente, me enamoré del que condensaba todos los defectos. Esa fue la manera en que Dios lo compensó. El muchacho denuncia que esa no es una compensación sino un castigo; pero Dios no lo escucha, dice que su quejido es sólo un defecto más de todos los que le cargó.
Explícito – Federico Demarchi
Al otro explorador, le avisé que era un animal redondo, que vivía en los huecos de los árboles, dormía de día y salía a cazar por las noches, y que aun siendo pequeño, saltaba al cuello de grandes mamíferos, les infligía una mordida letal que los derribaba y luego los despedazaba con paciencia.
Le conté además que, tal como indicaba la leyenda, poseía lenguaje y, por lo general, procuraba entablar conversación con las potenciales presas, pero sólo los hombres sabios, diestros en las lenguas de los animales, se salvaban de la funesta mordida.
Se lo expliqué todo punto por punto, hablándole al oído porque no me gusta gritar, pero o era sordo o no me entendió. Así que tuve que comérmelo.
Tomado del blog Poesía y Microficción
viernes, 20 de mayo de 2011
Nocturnal - José Manuel Ortiz Soto
Apartó de su rostro jirones de pelo humedecido y buscó la luna, la encontró desvanecida tras un cúmulo de nubes casi blancas. Un estertor de olas resquebrajadas alcanzó a su cuerpo, salpicándolo de espuma. Ante la imposibilidad de morir dos veces, Alfonsina cerró los ojos y aguardó a que terminara de subir la marea.
Brindis - Héctor Ranea
Me compré una buena botella de champán. Ya sé donde encontrar al encargado del edificio, ése que siempre nos pega y maltrata. Estoy dispuesto a perdonarlo. Con la botella en mano me dejará acercarme, le romperé el cráneo con ella y me comeré su seso brindando con champán. ¿Acaso no puedo festejar el año como cualquier zombi del planeta?
Héctor Ranea
Imagen de:http://www.abelpau.com/
Desastre interrumpido – Sergio Gaut vel Hartman
El terremoto había sido devastador. Miles de edificios se derrumbaron, aplastando a decenas de miles de personas. La mayoría de los sobrevivientes, asustados y muertos de frío, no esperaban que la ola mayor del tsunami fuera algo tan pavoroso y fueron incapaces de ganar las colinas para ponerse a salvo. Pero a esas colinas, aisladas, rodeadas de agua, como islas siniestras y abandonadas de la mano de Dios, nunca llegó la ayuda que esperaban y las desgraciadas víctimas del desastre no tardaron en padecer dos nuevos flagelos: las enfermedades y el hambre…
—¡Aldo! Basta ya de mamarrachear ese cuaderno y vení a tomar la leche.
—Sí, mamá.
Sergio Gaut vel Hartman
La última visita - Guillermo Rossini
Dejó la puerta abierta. La esperaba. Se sentó suavemente en su sillón preferido y tomó el diario. Lo abrió al azar y se concentró un momento en una noticia trivial y enseguida cambió de página. James alargó la mano y, sin sacar la vista del periódico, tomó su último cigarrillo. Ella ya estaba sentada en el sofá, esperando que el hombre cumpliera su última voluntad antes de pedirle que la acompañe.
-Estoy listo –dijo él.
Y la casa se cerró para siempre, impregnada de olor a tabaco.
Problemas con las comunicaciones – Sergio Gaut vel Hartman
—¿A quién? Hable más fuerte y claro, señor. Hay mucha interferencia, señor. ¿Operación comando? De acuerdo; mis hombres están listos, señor. Pero no le entiendo a quién hay que… Eso, quién es el personaje al que... Sale entrecortado, señor. De acuerdo, procedo, oká, señor. Pero sigo sin estar seguro de quien es el hombre, señor. Se entrecorta de nuevo. Sí, sí, lo hago, no discuto, señor. Soy su subordinado, señor, lo sé. Obedecer y no discutir, sí, señor. Pero ¿es Osama u Obama? No se entiende, señor. Uy, se cortó. ¿Y ahora que hago? Bueno, espero no equivocarme.
Sobre Sergio Gaut vel Hartman
miércoles, 18 de mayo de 2011
Malas influencias - Fernando Puga
Antes del vacío - Fernando Puga
Resultó. Desde entonces las águilas no dejan de hurgar en mi cerebro confundiéndolo con el hígado de Prometeo y desgarran el lóbulo donde se asientan las musas que nutrían al poeta que habita en mi voz.
Temo que no podré volver a juntar los parietales.
Hombre bala - Luciano Doti
La mirada del ángel - Diana Sánchez
A veces el amarillo le llena los ojos y se vacía de color en los ojos de los otros. En los ojos ajenos. Es en ese momento cuando el ángel se detiene, y busca a los ciegos. En especial, a los de los ojos blancos. El ángel les roza las manos. Y ellos saben adónde mirar. Hay color en la mirada del ángel. Apenas unos segundos y los ciegos se llenan de color. Y de calor.
Entonces, por lo menos hasta el final de la calle caminan seguros, sin el bastón. Los ciegos.
NASA, mentiras y cintas de vídeo - Isabel María González
Su silencio comprado con más dólares de los que podría gastar en tres vidas, resultó ser un gran paso adelante para unos cuantos hombres y un gran salto atrás para la humanidad. Houston, tenemos un problema.
Amisopatía - Alejandro Domínguez
El Paseíto - Ana Vidal
Entonces se colocan ellos, uno enfrente de cada uno, apuntando, y dan la consigna: «uno, dos, tres, ¡fuego!». Caen los cuerpos sobre la piedra.
El más alto se acerca y tocando a uno con el pie le dice: «Juanito, siempre te tiras antes de oír fuego, te toca prisionero otra vez».
lunes, 16 de mayo de 2011
Eslabones – Lucía Amanda Coria
Adicta al fútbol - Víctor Lorenzo Cinca
Cuando retozo entre las sábanas de mi cama con mi amante, sólo los sábados o los domingos, aunque también algún día entre semana, me encanta escuchar los partidos de fútbol por la radio. Me excita. Me enciende como ninguna otra cosa. Oír esa voz ya tan conocida estremeciéndose en cada oportunidad, en cada remate, jadeando y celebrando los goles desde su puesto de comentarista en el estadio, mientras yo, tan lejos de él, consumo mi infidelidad, me pone a mil. Mi amante cree que se trata de una perversión inconfesable como cualquier otra, y no le da mayor importancia. Mejor así; no sé cómo reaccionaría si se enterase que el locutor es mi marido.
Tomado de Realidades para Lelos
Órdenes – Raúl Sánchez Quiles
Corren, se apostan, disparan. Se dispersan, forman, disparan. Desde el suelo, desde el cielo, bajo mantos blindados. En la tierra y en el agua. No cesa la guerra. Corren y disparan. Se agachan y disparan. No miran y disparan. Los civiles huyen. Balas, misiles, bombas y minas acechan. Buscan. Encuentran. Se les ve entre trincheras, en pequeños grupos o grandes formaciones. A pie o en vehículos. Sin parar. Sin piedad avanza el ejército de los hombres sin cabeza. Las órdenes les llegan de lejos. Las da un niño idiota.
Tomado de Hiperbreves, S.A.
Linda Cathleen – Gabriel de Biurrun Baquedano
Salgo del laburo. Veo al jefe buscando su auto.
Encuentro el mío y arranco. El jefe saluda.
Cathleen camina por el parking. Es nueva. Linda. Lo más lindo. Morocha, menuda, con enormes ojos negros en forma de bombilla de mate... Igual. Me la quedé mirando.
Ella me vio. Sonrió Cathleen, lindos dientes escoceses. La saludé. Linda Cathleen.
Pisé algo.
Arrollé al jefe. Boludo de mierda, ahí parado.
Bajé del auto. Vi que me señalaba.
Mi jefe culpa a la gente. Es un gran repartidor de mierda.
Me acusaría. “No miraste, no sabés manejar, tarado”.
Tomé su cabeza y la golpeé en el piso. Varias veces. No quise escuchar. Lo maté porque miré a Cathleen. Linda Cathleen.
El jefe aún me agarró la camisa.
–Fue mi culpa –dijo–. Me quedé mirando a la morochita escocesa –dijo–. Linda –dijo–. Lo más lindo.
sábado, 14 de mayo de 2011
Brutalidad - Javier López
El corazón me dio un vuelco al verla en el suelo indefensa, rota, desgarrada. Su estrecha cintura y sus generosas caderas, criminalmente quebradas. Su cabeza, hermoso remate de un cuerpo armónico y perfecto, partida en dos. Las tripas, desparramadas por el suelo y cubriendo su maltrecho cuerpo.
Alguien, prometo descubrir quién, había asesinado a mi guitarra.
Sobre el autor: Javier López
Extravío - Jesús Ademir Morales Rojas
Citlali extravió algo pero no supo a ciencia cierta de que se trataba. Recorrió cada una de las habitaciones de la solitaria casa. Se obsesionó en ello. Tiró los muebles, arrancó las cortinas, arrojó los libros, los trastes, las prendas de ropa. Vacío sus cajones, sus objetos, sus recuerdos. Y del desorden resultante ya no pudo salir. Se perdió.
Sobre el autor: Jesús Ademir Morales Rojas
Cuento de hadas - Claudio Leonel Siadore Gut
El hada cerró el libro y acarició su lomo de cuero azul. Miró por la ventana al horizonte, al crepúsculo que se desmoronaba en pepitas de nieve.
Se acercó volando a la cama de su hija que esperaba ansiosa.
—¡Mamá —se estremeció—… tengo miedo de los hombres!
Afuera, el Rey Elfo soplaba canciones a las ruinas de la Luna. La madre apoyó el libro en el atril de su pecho.
—No te preocupes, hija —sonrió—, los hombres no existen.
Talento - Carolina Fernández
Puedo escribir sobre la más espeluznante historia que haya existido y lograr que mi texto sea profundamente estremecedor. Narrarlo desde la calma a la tensión absoluta, generando un suspenso desmedido con matices terroríficos y culminar en un final emotivo y placentero. Pero no lo haré, sólo por preservar la salud del lector.
jueves, 12 de mayo de 2011
Traición - Néstor Darío Figueiras
Fue socorrista en cada terremoto, auxilió a los inundados como voluntario, donó sangre, ocultó a los refugiados, marchó contra la guerra. Y cuando él apareció rezumando ira, dijo:
—¿Qué esperabas, padre? ¿Acaso no está escrito que esta es una lucha perdida?
Sin más explicaciones, el anticristo continuó vendando heridas.
Acerca de Néstor Darío Figueiras
Del ser a la nada – Lola Carreño & Sergio Gaut vel Hartman
—¡Sácame de aquí, bórrame de tu agenda, de tu cabeza! —La que así vociferaba, rabiosa hasta el punto de echar espuma por la boca, había sido convocada para intervenir en uno de mis cuentos. Claro, es cierto que no me había pedido ser un mero personaje secundario, pero para ser estrella literaria y protagonizar una novela, hay que empezar de abajo, ¿no les parece?
—¿Eso quieres? —le dije mirándola compasivamente.
—¡Sí, ya mismo, o te mato!
—Como gustes. —Me senté frente al teclado, abrí el archivo y usando el comando de “buscar y reemplazar” cambié a “Bárbara” por “Jimena” y asunto terminado.
Acerca de Sergio Gaut vel Hartman
Mititos 1 - Alexandro Roque
martes, 10 de mayo de 2011
El oficio de tatuar - Sebastian Chilano
No te va a doler, me dice el hombre. Grito cuando la aguja toca la piel, pero el hombre sigue. La aguja traspasa la piel, se mete entre los músculos, llega a la sangre, va al corazón, al cerebro, a los ojos. Veo el infierno. Todos los muertos quieren hablarme. Todos ruegan que los libere. Entonces veo al Diablo. Me veo en sus ojos. Me ataca. Me quema la piel. Pero no me mata. Lentamente me curo y me convierto en el hombre que un día sale de la oficina, deja el maletín sobre la mesa, ojea el libro de tatuajes y se sienta para dejarse marcar, para recordar quién fue y así saber quién es. Viste que no duele, me dice el hombre, Si hasta te quedaste dormido. Me da el espejo para que mire el nigromante tatuado en mi espalda. Es horrible. Es, también, quién realmente soy.
Cartas – Lucía Amanda Coria
El cartero era su peor enemigo. Lo veía llegar y pensaba en mil formas de hacerle pasar un mal momento. Pidió a la Oficina de Correos que suspendiera la entrega de cartas a su domicilio.
Pero éstas seguían llegando con precisión matemática, todos los días, a la misma hora, y en cantidad. Eso lo ponía de pésimo humor.
Ese día, un lunes cualquiera, había tomado su decisión.
Cuando las cartas entraron por la boca del buzón abierta en la puerta de calle, no pudo evitar una sonrisa.
Una a una fueron cayendo sobre su cuerpo ya frío y rígido. Hacía muchas horas que se había suicidado.
Todos los días - Diego Planisich
Ella baila, lo hace todos los días. Lo hace en la casa, lo hace en la calle, en el colectivo.
Cuando llega al conservatorio la música la espera. Es puntual. Saluda a los presentes y hace sus ejercicios de estiramientos: empieza con los brazos, sigue con las piernas, las demás partes no escapan. Se prepara y comienza.
—Aquí tiene su café, maestro, aquí el suyo, señorita, ¿se les ofrece algo más?
domingo, 8 de mayo de 2011
El día que me quieras – Sergio Gaut vel Hartman
Carlos Gardel, el famoso acróbata aéreo, se disponía a lanzar su Piper Laurie XL-95 hacia los cielos de Medellín cuando una voz femenina susurró en su oído.
—No vayas, morirás.
—¿Ah, sí? ¿Y quién lo dice?
—Yo, Rusiana, la mujercita que vive en tu oreja.
—¡Rusiana! ¡Cuánto tiempo! ¿Dónde te habías metido?
—Te anduve explorando por dentro y llegué a la conclusión de que lo tuyo es el canto, no la acrobacia aérea.
—¡Ah, las mujeres! Mi instructor de vuelo, el gran Segismundo Froi, siempre me decía: “Nadie entiende a las mujeres”.
—¡No vayas, Carlos!
—¡Por favor!
Carlos Gardel elevó su nave, hizo mil piruetas y no le pasó nada. Hoy, a punto de cumplir ciento veintiún años, vive solo y olvidado en el geriátrico “Remanso de Paz” de la calle Humboldt. Rusiana se mudó del oído al páncreas porque no soporta los ronquidos del viejo.
Sergio Gaut vel Hartman
Tierno - Alejandro Bentivoglio
El agujero que se traga al mundo ha crecido bastante en los últimos días, merced a la paciencia de Fulvio que lo riega cada mañana con devoción. Yo he ido personalmente a elogiar su tarea. Porque, en definitiva, su cuidado es un acto de amor que hay que destacar.
Digo, en un mundo tan ligado a la crueldad y a la falta de sentimientos es un alivio saber que aún existen personas comprometidas que pueden cuidar de un pobre y tierno agujero que nos hundirá a todos en la oscuridad o tal vez algo mucho peor.
Tomado del blog http://memoriasdeldakota.blogspot.com/
Alejandro Bentivoglio
Acto Final - Claudia Sánchez
La mancha de sangre en la seda de su kimono ya llegaba a las rodillas.
La última lágrima cayó sobre su propio pecho. Le pintó un sol rosado, como el atardecer de ese verano en que el seppuku la liberaría de la deshonra y el dolor.
Estaba serena, como siempre, cuando lo escuchó gritar su nombre en la distancia: “¡Butterfly! ¡Butterfly!”.
Solo entonces dejó que la curva leve de una sonrisa iluminara su muerte.
Claudia Sánchez