Tras pasar media tarde dándole vueltas al asunto, se le ocurrió un buen final y, con una sonrisa pícara, redondeó el relato: "...y entonces la princesa besó al sapo y éste se convirtió en un apuesto príncipe". Terminó de escribir el cuento, repartió copias por todos los aposentos de palacio y se marchó ansioso a su charca a esperar ingenuas princesas lectoras.
martes, 23 de febrero de 2010
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